Aquí un artículo publicado en el portal Teatroenrosario y luego en el libro Eclécticos teatrales
Desde el clown aportes para el actor
Por Adrián Giampani*
Me
considero un actor que en una etapa de su formación se enamoró de la
posibilidad expresiva y liberadora que el clown brinda. Desde ese acontecimiento
en mi formación profesional elegí construir, investigar y explorar (en gran
parte de mi tiempo) desde esa mirada y su cruce con la actuación, con lo
“teatral”.
Al
referirme a la calidad de la mirada estoy hablando en verdad de la búsqueda de
la autenticidad al estar en escena para afrontar de un modo casi salvaje el
vértigo de la exposición.
He viajado
mucho en colectivos de media distancia, viajes de 45 minutos, una hora, casi a
diario desde mi adolescencia. ¿Tiempo perdido? Sí. Pero también tiempo para
pensar, y para observar. Recordando esos viajes he ido entendiendo qué es eso
de la calidad de la mirada. A menudo en los asientos anteriores al mío o al
costado, alguna mamá cargaba a su
pequeña cría humana en época de recabar información sobre el nuevo mundo al que
había arribado desde su nacimiento. Ocurría seguido que esos infantes clavaban
su escudriñadora mirada sobre la mía sin ninguna idea previa, sin intención ni
propósito, sólo por mirar…y ahí quedaban, como hipnotizados, indagándome,
descubriendo mis pensamientos más íntimos hasta que lograba distraerlos de su
intención inquisidora con alguna morisqueta más o menos ocurrente.
Los niños
en plan de investigar miran con una impunidad asombrosa, inquietante diría yo.
Más de una vez me sentí tan al descubierto que un poco sonrojado aparté mi
mirada… era casi insoportable esa intensidad que no buscaba nada racional, sólo
comunicarse, hacer contacto, y vaya si lo hacían.
Al tiempo
de empezar a dar talleres de clown comencé
a entender que uno de los indicadores más claros de un alumno que va entrando en la sintonía
clownesca es la calidad con la que mira, -podríamos decir- dónde instala su
mirada.
Muchos,
viciados por recorridos teatrales más convencionales la instalan en otro, miran
jugando, pero jugando a ser otros. Hacen personajes, interesantes, pero que
tienen una cierta distancia con el público.
Otros miran
desde ellos mismos, pero escudándose en sus roles sociales aprehendidos (hay
quienes, por ejemplo, se construyen a sí mismos como personas serias o como los
graciosos del grupo al que pertenecen) y esperan que el público reaccione como
ellos suponen que debería reaccionar
Y algunos,
al borde de la inestabilidad emocional a causa de que la técnica les propone una exposición - que si bien tiene
una finalidad lúdica y festiva, no deja de ser muy personal y hasta íntima-
miran desorientados, sobrepasados, desconcertados, sorprendidos por tal
situación y se ven impedidos de organizar su discurso (verbal y gestual) sin
posibilidades de filtrarlo. Esos son los que miran como niños (como los niños
del colectivo) investigando el nuevo
universo que se abre ante ellos, absortos e inquietos… y el público, que ha
sido niño, reconoce y festeja semejante acto de sinceridad.
Hay quienes
miran así desde la primera vez, hay quienes van “ablandando” su mirada,
profundizándola, quitándole rigidez y encuentran una fluidez cercana a la
ingenuidad, a lo genuino.
Esas
miradas diáfanas, que se ofrecen al desnudo y desnudan son un anhelado tesoro
para quienes habitamos la escena. Recuperar algo de aquel acto de mirar por
primera vez con el único objeto de mirar, con el desparpajo de quien no tiene
nada que decir pero mucho por comunicar, es una
tarea del actor. El clown nos acerca a esa mirada despojada y virgen desde donde se construye el juego: es ella la
que inicia el pacto con el público y con los compañeros, la que hace partícipe al otro
convirtiéndolo en cómplice de aventuras.
Tener
incorporada esa sensación, esa práctica en el mirar le permite al actor ir
tomándole el pulso al público, aunque trabaje con cuarta pared. Hay algo de ese
registro que el mismo oficio va instalando, una percepción del afuera, un hilo
invisible que, insisto, aunque no haya mirada directa al público, es patrimonio
del actor entrenado en esta
búsqueda de calidad de mirada y puede aportarle un “estar en escena” diferente,
distintivo.
El clown
construye y al instante desmiente lo que es capaz de construir. Personajes,
situaciones, estados emocionales.
Lo hace, lo
puede hacer, pero lo desmiente, como quitándole importancia o como otorgándole
más aún (según cómo se mire).
En
definitiva el clown está todo el tiempo recordándole al espectador que la
escena es sólo un juego. Complejo quizás, con recursos estilísticos depurados,
con habilidades entrenadas hasta el hartazgo (todo lo que ustedes quieran) pero
en esencia la ficción es un engendro lúdico. Puro juego, dirá el clown; ya que TODO para él es excusa para
jugar, lo pautado en escena con los compañeros
y también lo que sucede afuera (un estornudo del público o un inoportuno
celular no apagado a tiempo): episodios
que pueden desconcentrar la atención de la platea, para el clown son acontecimientos que abren una
posibilidad de relación festiva con lo que sucede y con el espectador. Los
accidentes pueden ser bienvenidos por la ruptura sorpresiva que provocan;
abonando el territorio del humor.
El recurso
de la desmentida (construir algo complejo como estados de tensión en escena y
luego abandonarlos caprichosamente, porque sí, porque “tengo ganas de seguir
jugando a otra cosa”), brinda una
libertad expresiva que habilita
al actor a proponer desde su personal universo estético y provocar cambios o
pasajes abruptos de estados a través de acciones o reacciones inesperadas.
De este
modo el actor se convierte en autor de su escena, o mejor aún, en dueño de
ella, siempre que tenga la sensibilidad suficiente para no dejar al público
fuera de su juego caprichoso. El público debe ser siempre su cómplice.
Esta
búsqueda de un “estado de gracia” en el juego permanente le abre al actor a la
hora de crear, posibilidades de investigación que superan la lógica de la
situación. Exigiéndola, llevándola al
límite, transgrediéndola para enriquecerla.
Es así que
una escena -de alguna forma- es todas las escenas ya que las líneas de fuga que
se abren son infinitas. El clown puede “abrir puertas” que lo trasladen (que lo
“teletransporten”) instantáneamente a otra situación absolutamente inédita y
caprichosa y, sin embargo, verosímil para quién observa y comparte su juego.
Hay mucho
por seguir explorando a partir de esta
bendita posibilidad que tenemos
los actores de ponerle el cuerpo a múltiples abordajes escénicos.
Ese cuerpo
y su hacer serán los que enriquezcan el destino de cualquiera de los
entrenamientos que transitemos, los que abrirán nuevas aristas en este vasto
territorio expresivo.
Creador del EPP Ejército popular de Payasos/ AH! Academia del Humor / RADAMÉS Red de
talleres de teatro inclusivo
adriangiampani@hotmail.com